EL HOTEL DE LOS HORRORES DE H.H. HOLMES

Navegando entre pasillos y cámaras de tortura

Bienvenidos de vuelta a esta mi página, amantes del terror, el misterio y lo paranormal. ¿Sufrís de una acuciante escasez de sucesos terroríficos después de tantos días sin tener noticias de mi persona? No os preocupéis, vamos a ponerle remedio a eso. Soy Sheila, vuestra guía, y hoy os tengo preparado un tour espeluznante que no os dejará indiferentes. Detengámonos un momento y preparémonos para pasar una noche en el hotel de los horrores del Doctor Henry Howard Holmes, más conocido como H.H. Holmes.

Antes de conocer la obra, necesitamos conocer al hombre que la llevó a cabo. H.H. Holmes nació el 16 de mayo de 1861 en Gilamton, New Hampshire, bajo el nombre Herman Webster Mudgett. Su padre era un alcohólico, pero el rendimiento escolar del joven Holmes no se vio afectado por ello. De hecho, podría decirse que incluso tenía una mente brillante, lo cual le procuró la indeseable atención de los abusones de su colegio que, en un intento de martirizarlo, lo colocaron frente a un esqueleto humano y situaron sus manos huesudas en la cara del joven. Holmes al principio se sintió aterrorizado, pero poco a poco comenzó a verlo como una situación fascinante. Este suceso marcaría el principio del descenso hacia el horror del joven Holmes. Se obsesionó con la muerte y esto le llevó a adquirir el poco usual hobby infantil de diseccionar animales.

Al terminar el instituto, Holmes formó una familia y se enroló en la universidad, pero su periplo estudiantil no duró más de un año. En 1882 ingresó en la Universidad de  Michigan para estudiar medicina. Mientras estudiaba allí, quizá en un intento de recuperar su hobby de la infancia, mezclado con un nuevo interés por el fraude financiero, Holmes robó varios cadáveres del depósito, los desfiguró y aseguró que habían muerto en accidentes para cobrar el seguro.

Consciente de que sus aficiones no eran compatibles con la vida hogareña, se mudó a Nueva York y luego a Philladelphia, dejando un par de niños desaparecidos en el trayecto, uno por ciudad. Es aquí cuando, para evitar asociaciones con su pasado, se cambia el nombre a H.H. Holmes.

Después de casarse un par de veces más, sin divorciarse de ninguna de sus anteriores esposas, se muda a Chicago, donde empieza a trabajar en la farmacia de Elizabeth Holton. Al enviudar, la pobre mujer tiene una epifanía y le “vende” la farmacia a Holmes. La señora Holton nunca más fue vista de nuevo por nadie.

Transcurrido un tiempo, Holmes compró el solar en el que construiría su hotel, conocido por los lugareños como “El Castillo”. El Castillo era un auténtico hotel de los horrores y la pesadilla de todo arquitecto. El edificio presentaba todo tipo de anormalidades arquitectónicas: habitaciones con varias puertas, ventanas tapiadas con ladrillos, pasillos sin salida, paredes con bisagras, escaleras que no llevaban a ninguna parte… Holmes estaba obsesionado con que nadie conociese los planos de su obra y para ello contrataba y despedía obreros continuamente.

La propia habitación de Holmes tenía una trampilla en el baño. Desde allí podía acceder a una rampa que llegaba hasta el sótano, donde se encontraba su particular patio de recreo de los horrores, con mesas de operación, hornos crematorios, instrumental quirúrgico e incluso instrumentos de tortura medievales. En el hotel había varias de estas rampas, situadas en habitaciones-trampa que usaba para capturar a sus víctimas, la mayoría de las cuales no eran clientes, sino empleados del servicio, sobre todo mujeres perdidas en la gran ciudad y necesitadas de ayuda.

En julio de 1894, Holmes fue encarcelado por primera vez, curiosamente no bajo los cargos de asesinato. Había ido perdiendo interés en el hotel y había vuelto a dedicarse al timo, hasta que uno de los estafados lo denunció. Cuando salió de la cárcel continuó con sus negocios junto con su antiguo compañero, Pitezel, quien le había ayudado a construir el hotel. Uno de ellos implicaba una estafa al seguro usando un alias de Pitezel y un cadáver robado, pero Holmes decidió que era más fácil matar a su colega. Cobró el seguro y convenció a la viuda de Pitezel de que le otorgara la custodia de tres de sus hijos, a quienes procedió a matar. Holmes, como hemos visto, no era muy amigo de los niños.


Holmes fue arrestado nuevamente ese mismo año, después de que uno de sus antiguos colegas le denunciase a los Pinkerton (una agencia de detectives) por no haberle pagado lo que le debía. Esto llevó a la policía a interrogar a varios de sus empleados en el hotel. Uno de ellos le comentó que tenía prohibido limpiar la segunda planta, lo cual despertó el interés de los agentes.

Las habitaciones de la tortura, así como el sótano del terror de Holmes fueron descubiertos. En ellos encontraron sangre seca y multitud de huesos, en su mayoría de animales, pero también de humanos, tan pequeños que solo podían ser niños.

H.H. Holmes fue condenado a muerte. Su defensa fue que había sido poseído por el demonio, pero el jurado no se lo creyó. Fue ejecutado mediante ahorcamiento; su cuello no se partió y colgó durante quince minutos hasta asfixiarse por completo. Su último deseo fue que lo enterrasen bajo diez metros de cemento. Incluso en la muerte, su principal preocupación era que los ladrones de tumbas pudiesen robarle.

Hasta aquí el relato de un asesino en serie que conmocionó a la sociedad americana. Espero que no os haya conmocionado a vosotros… al menos no demasiado. Por vuestra propia salud mental, he decidido omitir los pasajes más grotescos de la vida de nuestro peculiar protagonista.

¿Y vosotros qué opináis de H.H. Holmes? ¿Era así de nacimiento o fue aquel casual encuentro con unos abusones lo que le cambió? Pero, lo que es más importante, ¿podréis dormir esta noche con el recuerdo del Doctor Holmes acechando en el fondo de vuestra mente?

Aquí Sheila, reportando para todos vosotros las historias más increíbles, los fenómenos más extraños y las cosas que nadie quiere que sepáis.

Cambio y corto.

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