O cómo crear un infierno con todas las comodidades del mundo.
Bienvenidos una vez más a mi pequeño rinconcito del terror, queridos lectores. ¿Os habéis preguntado alguna vez qué pasaría si una población fuese dotada de todas las comodidades del mundo en un ambiente ideal? ¿Y si además de proveerla de un entorno seguro se le permitiese crecer sin control? John Calhoun sí, solo que, en vez de quedarse con el culo planchando sofá mientras elucubraba, decidió que su misión en esta vida era averiguarlo y vaya si lo averiguó.
Bienvenidos a la Utopía de Ratones.

Antes que nada, supongo que os estaréis preguntando qué narices es eso de utopía de ratones. Suena a título de novela sci-fi distópica, ¿verdad? Un poco sí y, de hecho, daría para libro. Resulta que, a mediados del siglo XX, la gente estaba muy preocupada con el tema de la sobrepoblación y su efecto sobre el planeta, un poco como ahora, vaya. Después de la Segunda Guerra Mundial, un grupo conocido como ambientalistas se alzó para defender el medioambiente. Seguidores de las teorías de Thomas Malthus, creían que era imposible que el nivel de recursos creciese al mismo nivel que el de la población. Algo como lo que se representa en esta gráfica, solo que con más gritos, muerte y destrucción:

Esta catástrofe malthusiana, de llegar a producirse, daría lugar al colapso de la civilización y a nadie le gusta que su civilización colapse. Los investigadores se pusieron manos a la obra para evitar este ominoso destino y es aquí donde aparece nuestro protagonista del día: John Calhoun.
John Calhoun era etólogo, una disciplina que se encarga de estudiar el comportamiento animal. En 1947 llevó a cabo su primer experimento con roedores: “Ciudad Rata”. En el terreno que un vecino le cedió (hemos de suponer que era el mejor vecino del mundo o, como mínimo, un hombre muy generoso), organizó un hábitat seguro, confortable y con abundante comida cuya única limitación eran sus proporciones, un cuarto de media hectárea. Ciudad Rata estaba planeada para abarcar hasta cinco mil especímenes y, empezando con cinco hembras embarazadas, la población comenzó a crecer rápidamente… hasta que se estancó en los ciento cincuenta habitantes. La población nunca llegó a sobrepasar los doscientos ejemplares. ¿Por qué? A medida que el número de ratas aumentaba, las madres dejaban de preocuparse por sus hijos, dando así pie a una alta tasa de mortalidad entre las crías.
Un aperitivo de lo que estaba por venir.
Ahora que había descubierto qué pasaba si se creaba un hábitat ratonil bucólico cuan campiña, Calhoun tenía un nuevo propósito: una teoría sobre por qué se daban cambios de comportamiento. Pero necesitaba recopilar más datos.
En 1954 fue contratado por el National Institutes of Mental Health, también conocido por sus siglas, NIMH. Y, para los que habéis visto la famosa película “El secreto de NIMH”, sabed que el título de este clásico infantil no es casualidad. Calhoun comenzó a planear enfervorecidamente el hábitat definitivo, el mundo ideal para cualquier ratón. Podría decirse que quería crear una utopía de ratones. ¿Cuánto tiempo le dedicó a esta tarea de planificación? Ni más ni menos que ocho añazos. No se le puede negar que era una persona constante.
El resultado de tantos años de esfuerzo fue el siguiente:

No parece nada del otro mundo, salvo por la valla electrificada (ningún experimento que se precie está completo sin una valla electrificada), pero lo cierto es que todo estaba planeado al detalle. Aunque en apariencia los cuadrantes lucían un aspecto similar, había pequeñas diferencias entre ellos. ¿Veis esa escalera marcada en rojo? Era más corta que el resto, incitando a las ratas a usar ese nido. No obstante, este era un aspecto insignificante. Lo realmente importante se hallaba en los comederos. En la mitad de los experimentos era comida en polvo, en la otra mitad eran bolitas de comida en estructuras enrejadas que las ratas tenían que alcanzar con mucho esfuerzo. En estos espacios podían vivir hasta cuarenta ratas, pero, por cuestiones científicas, Calhoun no pararía el experimento hasta llegar a los ochenta. ¿Qué podía salir mal?
Pues muchas cosas.
Para empezar, los machos comenzaron a competir por los mejores espacios. Los machos menos dominantes se levantaban temprano y bajaban a los comederos situados en la parte inferior de la imagen. ¿Y qué hacían los dominantes cuando se despertaban? Pues ponerse en los puentes para evitar que volviesen a sus nidos. Así, los más débiles terminaban confinados en la mitad inferior, mientras que los dominantes protegían a las hembras en el superior, convirtiendo el lugar en su harem privado. A algunos machos se les permitió permanecer en esa suerte de paraíso femenino. Estos machos pasaban la mayor parte del tiempo en los nidos con las hembras, pero en ningún momento intentaban aparearse con ellas, sino que intentaban aparearse con los propios machos dominantes, que no les hacían ascos en absoluto.
En los comederos enrejados se produjo un condicionamiento. Sacar las bolitas de comida requería tiempo, por lo que era habitual que se juntasen varios individuos en el proceso. Con el paso de los días, se negaban a comer si no era en compañía.
Estos dos factores combinados, llevaron a la sobrepoblación de los dos cuadrantes inferiores y con ello a lo que Calhoun denominaría drenaje conductual o, hablando en plata, un aumento de conductas patológicas entre los habitantes de esta utopía roedora que cada día se volvía un poquito más distópica.
Las primeras damnificadas fueron las crías. Las madres, afectadas por esta vida de alboroto, perdían la concentración en mitad de la creación del nido o dejaban atrás a parte de sus crías si decidían mudarse.
Las hembras, por su parte, se vieron abocadas a una vida de explotación sexual. Las ratas macho detectan cuando las hembras están en celo y los espacios reducidos impedían que estas pudieran escapar a sus avances. Incluso cuando entraban a los nidos, eran perseguidas hasta el interior.
El índice de mortalidad infantil aumentó hasta el 96%.

En cuanto a los machos, los dominantes desataban su ira contra los sumisos e incluso contra las crías. Los no dominantes se dividieron en tres subgrupos.
– Los pansexuales: no competían por estatus, sino que intentaban aparearse con cualquier otra rata, independientemente de su sexo o edad.
– Los sonámbulos: vagaban por los hábitats sin relacionarse con nadie y el resto de ratas los ignoraban. Físicamente parecían saludables.
– Los “probers”: hiperactivos, hipersexuales y pansexuales. La violencia de los machos dominantes no les impedía intentar aparearse con las hembras y canibalizaban los cuerpos de las crías desatendidas.
En este punto, Calhoun paró los experimentos. Los resultados resultaron tan desagradables a sus colaboradores que uno de ellos llegó a calificarlos como “el Infierno”. Los ratones que sobrevivieron habían sido tan dañados mental y conductualmente que eran incapaces de reproducirse.
Estos experimentos se tomaron como la base para muchas teorías con respecto a los humanos y han sido la inspiración de multitud de distopías literarias. El derrumbamiento social visto en estos pobres roedores proporcionó datos fundamentales para la psicología y la sociología.
¿A vosotros qué os parece? ¿Habríais podido participar en un experimento así? ¿Veis alguna similitud con la realidad humana? Y, lo más importante de todo, ¿seríais capaces de vivir en una utopía así?
Aquí Sheila, reportando para todos vosotros las historias más increíbles, los fenómenos más extraños y las cosas que nadie quiere que sepáis.
Cambio y corto.