Moviéndose en medio de humo y desesperación
Bienvenidos una vez más, queridos amantes del misterio, el terror y lo oculto a mi pequeño rinconcito de Internet. Doy por hecho que muchos de mis queridos lectores habéis jugado o, como mínimo, habéis oído hablar de los famosos juegos de survival horror, Silent Hill. Sus monstruos, su terrorífico otro mundo y, sobre todo, su niebla, se han convertido en auténticos iconos del género. ¿Pero sabíais que el famoso pueblo fue inspirado por otro de la vida real? La niebla del primer Silent Hill fue un parche de los desarrolladores para suplir las limitaciones gráficas de esta nostálgica consola, pero la versión del pueblo de las películas fue inspirada por un pueblo muy real: Centralia.
¿Pero qué es lo que hace que Centralia sea constantemente comparado en Silent Hill? ¿También es engullido por un mundo tenebroso de vez en cuando? ¿Campan monstruos a sus anchas cuando cae la niebla? Bueno, no, esas cosas no. Es el humo, un humo blanco y a veces impenetrable que cubre el pueblo de tanto en tanto.
Preparaos, porque vamos a sumergirnos de lleno en la historia de esta apasionante población estadounidense.

Centralia es un pueblo casi fantasma en el estado de Pennsylvania, pero no siempre fue así. Fundado en 1841, su actividad principal desde 1856 hasta su declive fue la minería, principalmente la explotación de vetas de carbón. Sería precisamente un accidente relacionado con ella lo que condenaría al pueblo a su extinción.
En mayo de 1962, en pleno declive económico de la minería, se produjo un accidente que posteriormente se demostraría fatal para la vida en el pueblo, pero que en su momento se trató con la mayor ligereza. No fue una explosión o un derrumbamiento con víctimas mortales ni nada por el estilo. El origen del desastre fueron unos bomberos. Estaban quemando restos mineros (actividad prohibida en el estado, por cierto) cuando prendieron accidentalmente una veta de carbón expuesta y, no sé si lo sabéis, pero si algo prende bien es el carbón. Al principio no pasó nada. Apagaron los restos con agua y cada uno a su casa, pero días después se volvieron a divisar columnas de humo. Convencidos de que se trataba de algún desperdicio que había continuado ardiendo, fueron a apagarlo con mangueras, pero no hubo manera: el humo continuaba apareciendo. ¿Qué estaba pasando?
Se llamó a expertos que hicieron mediciones y concluyeron que las concentraciones de monóxido de carbono en aquel humo coincidían con las propias de una mina de carbón ardiendo. Vamos, que aquel pequeño fuego se había extendido a través de la veta expuesta hasta las minas inferiores y ahora estaban ardiendo.

Comenzaron los proyectos de excavación para detener el fuego. El primero contaba con un presupuesto equivalente a 167.500 dólares actuales y estimaba que habría que excavar un total 18.000 m3 de tierra para poder acceder y sofocar el fuego. El problema es que la compañía a la que se le asignó la tarea tenía estrictamente prohibido picar la zona y tenía que conformarse con los planos dibujados por los ingenieros, vamos, que tenían que hacerlo a ojo de buen cubero. Sorpresa: no funcionó. Para cuando el dinero del presupuesto se terminó, se habían excavado más de 44.790 m3 y el fuego seguía campando como Paco por su casa.
Así que en octubre, después de unos mesecitos dejando que el fuego se extendiese, las autoridades decidieron que era hora de darle una segunda oportunidad a la extinción, esta vez con un presupuestazo (nótese la ironía) de 300.000 dólares actuales. Ahora sí estaba permitido taladrar para localizar el perímetro y profundidad del fuego, pero la nieve y un invierno inusualmente frío se aliaron para hacer que el proyecto fracasase. Una vez más, los fondos se terminaron y el fuego siguió con su vida.
Hubo un tercer proyecto sobre la mesa, pero el comienzo de un nuevo año fiscal lo retrasó hasta el inicio de 1963. Tras la finalización infructuosa de este proyecto, el estado de Pennsylvania se encogió de hombros y con un sucinto “meh” decidió que lo mejor era dejar el fuego arder. ¿Algún día tenía que terminarse el carbón, verdad?

Solo que el carbón no se terminaba.
En 1979, después de casi dos décadas de incendio minero subterráneo, hubo que cerrar la gasolinera porque los contenedores de combustible estaban empezando a calentarse peligrosamente. Fue en este mismo año cuando se decidieron a instalar las primeras alarmas detectoras de gas. Los residentes de Centralia habían comenzado a reportar diversos problemas de salud, algo de esperar cuando estás respirando concentraciones tóxicas de monóxido de carbono veinticuatro horas al día, siete días a la semana. No solo eso, sino que enormes socavones habían empezado a abrirse de forma aleatoria en el suelo.
Las autoridades locales intentaron apagar el fuego varias veces, algunas de ellas inyectando agua, lo cual solo lo empeoró al permitir que llegase oxígeno hasta el incendio. Tampoco se les puede culpar. Abandonados por las autoridades que deberían haberse hecho cargo del desastre, ¿qué podían hacer los responsables de un pueblo de apenas 1.200 personas para atajar semejante problema?

En 1981, un niño de 12 años, Todd Domboski, acababa de salir de su casa cuando de repente el suelo se abrió bajo sus pies. Solo sus rápidos reflejos a la hora de agarrarse a unas raíces le permitieron sobrevivir hasta que fue rescatado. El pequeño Todd, sobrevivió, pero este incidente selló el destino de Centralia. El Gobierno de EEUU decidió que era hora de hacerse cargo de la situación, pero nada de apagar fuegos que eso es muy caro. Resultaba mucho más económico comprarles las casas a los habitantes y trasladarlos a otra parte y así se hizo, pero muchos habitantes se negaban a trasladarse. Al fin y al cabo, aquella era su vida. Hasta hace poco, unos cincuenta habitantes permanecían en Centralia, intentando hacer su vida entre gases mortíferos y agujeros infernales aparecidos de la nada, pero finalmente sus propiedades fueron expropiadas y se les obligó a abandonar su hogar.

A día de hoy, el fuego subterráneo continúa su andadura. Las estimaciones apuntan a que, de seguir al ritmo actual, el incendio puede llegar a durar hasta 250 años. Cabe decir que no hay ningún plan en marcha para sofocarlo.
Si queréis saber más del tema, hay un documental en youtube que os puede resultar interesante:
Aquí Sheila, reportando para todos vosotros las historias más increíbles, los fenómenos más extraños y las cosas que nadie quiere que sepáis.
Cambio y corto.