Brillos mortales en la oscuridad.
Bienvenidos una vez más, queridos amantes del misterio, el terror y lo oculto a mi pequeño rinconcito de Internet. ¿Qué tal lleváis la semana? ¿Estáis deseando que llegue el viernes para olvidaros de ese trabajo pesado y anodino, ese jefe coñón y esos compañeros de curro insufribles? ¿Hartos de sonreír y asentir al escuchar hablar a Merche sobre sus churumbeles, cuando en realidad no os importa un carajo? Bueno, la historia que os traigo hoy tal vez ponga en perspectiva vuestros sufrimientos laborales, ya que la mayoría de ellos quedan relegados a la categoría de pecata minuta cuando se comparan con los que tuvieron que padecer las Chicas del Radio, que no la radio, pioneras en la lucha por la seguridad laboral.
En 1917, el radio, ese material radioactivo que descubrieron Marie Curie y su señor marido (y que les llevó prematuramente a la tumba), estaba de moda. Era algo novedoso, con clase y, sobre todo, brillaba aunque no hubiese luz, lo que lo convertía en un material ideal para que pudiese leerse la hora de los relojes en cualquier momento. De 1917 a 1926, la U.S. Radium Corporation fue la encargada de proveer con este tipo de relojes al ejército de Estados Unidos. Para ello empleó a más de cien personas, la mayoría mujeres, ya que su sueldo era menor. Aun así, el trabajo de pintora de relojes era un trabajo muy codiciado por las chicas jóvenes de clase baja, ya que se cobraba el triple que en cualquier otro trabajo y proporcionaba a estas muchachas una muy ansiada independencia económica.

Por aquel entonces los efectos del radio eran conocidos, pero solo por las compañías que trabajaban con el producto, como la Radium Corporation. La población en general no era consciente de las consecuencias y se comercializaban productos como el agua de radio, que garantizaba alargar la vida de sus consumidores. Básicamente era el plomo de principios del siglo XX: lo curaba todo y servía para todo. No obstante, la cantidad que se utilizaba en los relojes era tan nimia que no suponía ningún peligro. Los clientes de la Radium estaban perfectamente a salvo, pero sus trabajadoras… no tanto.
¡Y es que, ay, amigos! Ante todo la Radium quería ganar dinero y, como toda buena empresa de la época, la seguridad de sus empleados era un tema secundario, cuando no terciario. Ya lo dice el refrán, ¡el tiempo es dinero, caballeros! Limpiar la punta de los pinceles con un paño y agua era una pérdida innecesaria de este valioso tiempo, así que los gerentes animaban a las chicas a limpiarlos y darles forma con la boca. Pero, mientras que a las mujeres se les contaba que el radio no solo no era perjudicial, sino que las haría más hermosas, los hombres que trabajaban en los laboratorios iban con delantales de plomo y usaban tenazas de marfil para manipular el mortífero material.

Ante la supuesta seguridad del radio, muchas de las empleadas no solo lo ingerían mediante la limpieza de pinceles, sino que lo usaban como cosmético. Las propiedades luminiscentes del radio hacían que brillase en la oscuridad, algo casi mágico para cualquier trabajador de a pie de la época y la mar de llamativo. Las chicas se pintaban las uñas o llevaban sus mejores galas al trabajo para impregnarlas con el radio de cara a ser la sensación en los bailes.
Las consecuencias no se hicieron esperar demasiado. No es oro todo lo que reluce; en esta ocasión era veneno, un veneno lento e insidioso, pero mortal. En 1922, algunas de las trabajadoras comenzaron a notar que algo no iba bien. Padecían de anemia, se les caían los dientes y algunas presentaban los primeros síntomas de osteosarcoma maxilar, lo que viene siendo cáncer de hueso, para aquellos que no somos versados en las artes de la medicina. No voy a poner imágenes para no herir sensibilidades, aunque San Google tiene las respuestas si sentís la necesidad imperiosa de ver los resultados de este tipo de cáncer. Baste decir que una de las consecuencias era la pérdida de la mandíbula. El radio se asentaba en los huesos y se iba “comiendo” tejido y hueso poco a poco. Algunas de las chicas llegaron a perder la parte inferior de la cara por completo. A veces, los tumores incluso brillaban. Si este era el concepto de “hacerlas más hermosas” que tenía la Radium Corporation, desde luego que no tenía ninguna gracia.

Para 1924 la mayoría de las chicas del radio había fallecido. Mujeres saludables, de extracción humilde, que lo último que esperaban al pintar aquellos relojes era convertirse en víctimas de una muerte agónica. La Radium Corporation negó que aquellos fallecimientos tuviesen nada que ver con ellos. Al fin y al cabo, que decenas de mujeres que habían sido sus trabajadoras falleciesen bajo las mismas circunstancias podía ser una casualidad. Sin duda la gente no les prestaría mucha atención, ¿verdad? Pero entonces, unas cuantas supervivientes se juntaron para demandar a la empresa, el caso estalló y la Radium se vio envuelta en un escándalo de proporciones inmensas que conmocionó a todo EEUU.
Aunque las trabajadoras tenían claro que el causante de sus misteriosas enfermedades tenía que ser su trabajo (por eso de que era lo que todas ellas tenían en común y tal), convencer a un juez de ello no sería tarea fácil. ¿Si el radio se usaba en tónicos revitalizantes que alargaban la vida, cómo iba a ser el causante de sus problemas? Además, la Radium Corporation no estaba dispuesta a aceptar la culpa sin luchar. Sobornaron a médicos, falsificaron informes y acusaron a las exempleadas de ser unas libertinas sifilíticas con la intención de manchar su imagen pública. Cuando el Departamento de Trabajo comenzó a dudar de la veracidad de estos informes, el presidente de la compañía se limitó a mentirles a la cara. ¿Cómo se atrevían esas mujerzuelas a propagar aquellos rumores insidiosos?
Las peticiones de compensaciones médicas e indemnizaciones por partes de las trabajadoras continuaron a lo largo de los felices años treinta. En 1937, cinco de las empleadas: Grace Fryer, Edna Hussman, Katherine Schaub, y las hermanas Quinta McDonald y Albina Larice consiguieron que un abogado las representase, pero la empresa se había mudado a otro estado, lo cual dificultaba las cosas. Por fin, en 1938, la Illinois Industrial Commision (órgano ante el que se había interpuesto la denuncia) sentenció a favor de las trabajadoras. Catherine Donohue, una de las afectadas, declaró desde prácticamente su lecho de muerte.

Aunque terrible, los padecimientos de las Chicas del Radio, fueron la base para muchas de las medidas de seguridad y protección de las que gozan hoy en día los trabajadores. Sin su lucha, quizá hoy en día quizá seguiríamos chupando pinceles untados en radio.
Aquí Sheila, reportando para todos vosotros las historias más increíbles, los fenómenos más extraños y las cosas que nadie quiere que sepáis.
Cambio y corto.