Bienvenidos una vez más, queridos amantes del misterio, el terror y lo oculto a mi pequeño rinconcito de Internet. Después de hablar de leyes rarunas la semana pasada, damos un giro de 180 grados y nos vamos de cabeza a los crímenes truculentos. En esta ocasión os traigo la historia de Sada Abe, una geisha y prostituta que, después de una vida de amores y desamores, decidió estrangular a su amante y mutilarle los genitales… y pasearse con ellos tres días por ahí. Con los genitales, me refiero. Así que preparaos para la truculencia, porque este es el escandaloso caso de Sada Abe.
Sada Abe nació en 1905 en Tokyo, Japón. Hija de un matrimonio de clase media alta, era la séptima de ocho hermanos, aunque no todos sobrevivieron a la infancia. Esto último ( lo de tener chopocientos hermanos, no lo de ser de clase media-alta) ya da para querer matar, pero no, no fue lo que la empujó a ello. Su infancia, de hecho, fue bastante buena. Su madre la mimaba y consentía como la que más, dejándole tener aficiones más propias de la clase baja que de su status social, como cantar y tocar el shamisen, un instrumento de cuerda asociado con los pobretones.
Pero no todo era felicidad en esa familia, más allá de todo ese asunto de los hijos muertos durante la infancia. Su hermano mayor, Shintaro, era un mujeriego que después de casarse se dio a la fuga con el dinero de sus padres. Su hermana mayor, Teruko, tenía varios amantes, cosa terrible en la época. Como castigo, su padre la mandó a trabajar de prostituta en un burdel. Y si pensáis que esto es terrible, esperad a que os diga que era un castigo de lo más normal para las mujeres que eran promiscuas. En plan, ¿quieres acostarte con varios? Pues toma taza y media.
El caso es que algo debía fallar en la educación que daba el matrimonio Abe, porque todos sus hijos salían díscolos y Sada no iba a ser una excepción. Al llegar a la adolescencia empezó a juntarse con gente de dudosa reputación. Ni siquiera fue porque ella quisiera, sino porque sus padres la mandaban a pasear cada vez que tenían bronca con el resto de sus hijos y terminó juntándose con quien se encontraba por ahí. Sus padres estaban bastante preocupados y razón no les faltaba. Cuando tenía 15 años, Sada fue violada por uno de los chicos de su grupo de amigos. Sus padres la apoyaron, pero no fue suficiente. Su comportamiento se volvió cada vez más errático, probablemente por el trauma de haber sido asaltada sexualmente. Con 17 años, sus padres se veían incapaces de controlarla y, en vez de llamar al Hermano Mayor de la época, decidieron venderla a una casa de geishas porque vendido el perro se acabó la rabia. Aquí hay un poco de contradicción, porque una amiga de Sada decía que ella quería ser geisha, mientras que la propia Sada decía que su padre la había vendido como castigo por ser promiscua. Viendo que anteriormente había mandado a su hermana a un burdel por el mismo motivo, pues vosotros me diréis hacia qué lado se inclina la balanza.

Pero aquí hay que hacer una aclaración. Las geishas no son prostitutas en el sentido occidental de la palabra. Son acompañantes, muy educadas en el arte, la danza y la música que se dedican a actuar y dar conversación a sus clientes. Puede haber sexo, sí, pero no es el caso de todas y variaba, sobre todo en la época, según las habilidades y el rango.
La vida de Sada como geisha no fue nada fácil. Cuando llegó a la casa de geishas tenía diecisiete años, pero ya era de las aprendices más viejas (la mayoría de geishas empezaban su formación en los primeros años de la adolescencia) y sus compañeras la veían como una arribista, llamándola prostituta constantemente. Como apenas había tenido tiempo para realizar su aprendizaje, Sada terminó siendo una de las geishas de rango bajo, vamos, de las que tenían que dar sexo a sus clientes. La experiencia de Sada no importó mucho a los clientes. A su edad, tenía más calle y más experiencias vitales (dentro de lo que cabe) que sus compañeras y eso hacía que muchos clientes se interesaran por ella.

Al de cuatro años de estar trabajando como geisha, Sada contrajo sífilis. En aquella época la enfermedad era incurable, pero podía controlarse, y fue informada de que a partir de entonces tendría que someterse a revisiones periódicas. Sada se tomó esto como un insulto. ¿Por qué? Bueno, pues porque solo las prostitutas estaban obligadas por ley a hacerse esas revisiones, las geishas estaban exentas. Esto quiere decir que en realidad la estaban tratando como una puta (literalmente), a lo cual Sada dijo “¿Ah, sí? Pues si soy una puta lo soy del todo”. Y dejó la casa de geishas para ir a trabajar de prostituta.
Claro, ser prostituta tenía sus pros y sus contras. Los pros eran que no tenías que aguantar que los clientes te contaran sus mierdas y, evidentemente, no estaba todo ese tema del entrenamiento y la disciplina. Pero claro, las prostitutas no tenían el status de las geishas, ni su protección, y sus clientes eran de clases más bajas y podían tratarla como quisieran. Comenzó a prostituirse en un prostíbulo del distrito Tobita, donde se ganó fama de ser problemática, robando a sus clientes e intentando escapar varias veces, lo cual hace pensar que igual tampoco estaba muy a gusto en esta rama de trabajo. Después de dejar el negocio solo para terminar volviendo a él, fue detenida junto a sus compañeras durante una redada por no tener licencia. Por lo visto, te hacía falta licencia para prostituirte, como el carnet de manipulador de alimentos, solo que lo único que manipulabas eran salchichas.

Pero no se pasó mucho tiempo en la cárcel. Un amigo (de esos con conexiones) del dueño del burdel, Kinnosuke Kasahara, ayudó a que liberaran a las mujeres y, en el proceso, se encaprichó de Sada y la hizo su amante. Ella aceptó, porque siendo realistas, mejor ser amante de uno que prostituta de muchos. En posteriores declaraciones a la policía, Kasahara dijo que era una ninfómana que le obligaba a fornicar tres veces al día y la describió tal que así:
“Es una guarra y una puta. Y si lo que ha hecho no lo deja suficientemente claro, es una mujer a la que los hombres deberían temer”
Ese algo al que Kasahara se refiere es el crimen truculento de esta historia, por si no os queda claro. Además, añadió que no le quería, que le trataba como un animal y que ella era escoria que le suplicaba que no la dejase cuando él decía que tenían que cortar. Sus palabras, no las mías.
Pero no sé, a mí algo no me cuadra de esas declaraciones y os diré el porqué. Llegado un momento en esa relación, Sada le pidió que dejase a su mujer y se casase con ella. Cuando él se negó, ella le pidió que la dejase tomar un amante y él también se negó, en un claro caso de “ni como, ni dejo comer”. Y cuando por fin rompieron, fue Sada la que se mudó a Nagoya para huir de él. No sé, no sé, algo me dice que el señor Kasahara pintó la historia un poco a su favor.

El caso es que en 1935, Sada estaba en Nagoya, bien lejos del tal Kinnosuke. En Nagoya comenzó a trabajar de camarera, ya que no quería volver al negocio de la prostitución, pero su relación con Goro Omiya, uno de los clientes del restaurante, hizo que volviese a Tokyo. La relación la mantuvieron en secreto, pues Goro tenía aspiraciones políticas y, que le viesen con alguien como Sada, pues no le resultaba conveniente. Omiya le pagó la estancia en unas termas para tratarse la sífilis durante tres meses y le aconsejó que empezase de aprendiz en un restaurante de cara a montar ella uno más adelante. Sada le hizo caso y entró a trabajar en el restaurante de Kizicho Ishida. Ishida era un hombre de 42 años y conocido mujeriego. Sus pasiones eran más carnales que monetarias y su restaurante era dirigido sobre todo por su mujer, lo cual no quería decir que él no anduviese por allí para lanzar los trastos a las camareras. No pasó mucho tiempo antes de que se lanzase a ligar con Sada. Sada dejó a Omiya (que por lo visto nunca le había hecho tilín en la cama) por Kizicho Ishida y esto fue el principio del fin de esta historia.
Sada e Ishida comenzaron a quedar en el equivalente de hoteles para forniciar de la época, donde se pasaban días seguidos sin parar (mientras la mujer de Ishida manejaba el restaurante, supongo). Estuvieron juntos dale que te pego desde el 23 de abril hasta el 8 de mayo de 1936, cuando Ishida volvió al restaurante. Después de esta separación, Sada comenzó a beber en exceso. Para ella, aquel había sido su primer amor verdadero y ver que volvía con su mujer, a la que claramente no quería dejar, la superaba.
El 9 de mayo, Sada fue a ver una obra de teatro en la que, casualidad de casualidades, una geisha mataba a su amante con un cuchillo. Esta obra le resultó terriblemente inspiradora y, tras terminar de verla, cogió al dinero y se fue a comprar sushi y un cuchillo de cocina. Poco después, Kizicho y Sada fueron a Ogu y, durante sus escarceos sexuales, Sada puso el cuchillo en la base del pene de Ishida y le dijo que iba a asegurarse de que no tontease con ninguna otra.

Ishida… se rio. Supongo que, que le pusieran un cuchillo en el pene le debió parecer la mar de cómico. Yo qué sé, no tengo pene, pero creo que no me gustaría que alguien me pusiera un cuchillo en él si lo tuviese. O cualquier cosa afilada, ya puestos.
De todas formas, a Ishida debía irle un poco el rollo sadomaso. Esos días se los pasaron asfixiándose mutuamente mientras hacían el amor, en plan asfixia erótica y esas cosas. El 16 de mayo, Sada se pasó dos horas estrangulando a Ishida con el sash de su obi (el lazo grande del kimono, para que me entendáis). Este uso y abuso no es especialmente sano, así que para cuando pararon, la cara de Ishida era un cuadro, literalmente. Estaba contorsionada y no volvía a su estado natural. Como encima dolía, Ishida se tomó 30 tabletas de un calmante del dolor y se fue a dormir, no sin antes decirle a Sada:
“¿Me pondrás el cordón alrededor del cuello y apretarás otra vez mientras estoy durmiendo, verdad? Si me estrangulas, no pares, porque después duele demasiado.”
Lo típico que le dices a la mujer que acerca cuchillos de cocina a tus partes pudendas.
Dos días después, mientras Ishida dormía, Sada decidió que, en efecto, iba a estrangularlo mientras dormía. Y no, no pensaba parar. Esto no es especialmente truculento (aunque todo depende de vuestro grado de tolerancia a la truculencia), cierto. Ahora bien, lo que pasó después es digno de novela de terror.

Sada se pasó unas cuantas horas tumbada al lado del cadáver de Ishida. Según sus propias declaraciones, se sentía en paz, como si se le hubiese quitado un peso de los hombros. Después, cogió el cuchillo y le cortó los genitales al cuerpo, los envolvió en una revista y se los llevó con ella a todas partes. Al menos hasta que tres días después la pillaron. En la pierna izquierda del finado Ishida, así como en las sábanas, escribió con sangre “Sada, Kichi juntos”. Craso error, en mi opinión. Lo último que tienes que hacer si matas a alguien es escribir tu nombre con sangre en el cuerpo. Aunque algo me dice que Sada estaba tan rota por dentro que le daba igual.
Sada abandonó el hotel y dijo que no molestaran a Ishida, que estaba durmiendo. Y mentira no era; estaba durmiendo para siempre. Después se fue a casa de Omiya y le pidió perdón. Omiya, que no sabía que Sada llevaba los genitales de otro hombre a cuestas o que había matado al tipo en cuestión, pensó que estaba disculpándose por el affair. Lo cierto es que Sada se estaba disculpando porque sabía que aquello iba a dañar la carrera política de Omiya.
Claro, el crimen se descubrió enseguida y se convirtió en todo un escándalo. En Japón cundió el “pánico a Sada Abe” y la gente reportaba haberla visto aquí o allá. De mientras, Sada estaba encerrada en un pequeño hotel de Tokyo, escribiendo cartas a familiares y amigos y planeando su suicidio, todo esto acompañada de los genitales de su examante, os recuerdo. Y sí, por lo que sabemos cometió necrofilia con el pene, confirmado por la autora del asesinato en cuestión.
“Me sentía unida al pene de Ishida y pensé que solo después de despedirme de él podría morir. Lo desenvolví del papel que lo envolvía y miré al pene y el escroto. Puse el pene en mi boca e incluso intenté insertarlo en mi interior… No funcionó sin embargo, a pesar de que continué y continué intentándolo. Entonces decidí que huiría a Osaka, teniendo el pene de Ishida todo el tiempo. Al final, saltaría de un risco en el Monte Ikoma mientras me aferraba a su pene.”
Poético, qué queréis que os diga. La policía la encontró y la arrestó antes de que pudiese suicidarse y su caso se volvió toda una sensación. Cuando estaban registrando el hotel, la policía sospechó inmediatamente del alias que había usado Sada para registrarse. La respuesta de ella no tiene desperdicio. Después de confirmar que, en efecto ella era a quien buscaban, zarandeó los genitales de Ishida en sus narices para que no les quedase ningún atisbo de duda.

Cuando la policía le preguntó por el crimen, Sada declaró:
“Le amaba tanto, lo quería solo para mí. Pero como no éramos marido y mujer, mientras viviese podía ser abrazado por otras mujeres. Sabía que si lo mataba, ninguna otra mujer lo tocaría jamás, así que lo maté…”
Sada fue condenada por asesinato en segundo grado y mutilación de un cadáver el 21 de diciembre de 1936. La pena fueron… seis años de cárcel. Sin duda, el castigo del año. No obstante, solo cumplió cinco años y en 1941 estaba en la calle. Se cambió el nombre y se hizo amante de un tipo importante que la dejó cuando se enteró de quién era en realidad. Pero la cosa es que poco importaba, Sada Abe se había convertido en prácticamente una estrella. Se escribían libros sobre ella, se hacían películas, daba entrevistas… hasta que en 1970 desapareció de la vida pública.
Aquí Sheila, reportando para todos vosotros las historias más increíbles, los fenómenos más extraños y las cosas que nadie quiere que sepáis.
Cambio y corto.