Bienvenidos una vez más, queridos amantes del misterio, el terror y lo oculto a mi pequeño rinconcito de Internet. En esta semana pasamos de los partos burundangos a nuestros orígenes en los sucesos truculentos y demás. Y en esta ocasión vamos a hablar del asesinato de Sylvia Likens, una joven estadounidense que pasó por una ordalía al nivel de la de Junko Furuta. Los que conozcáis la historia de Junko Furuta, podéis imaginaros por dónde van los tiros. Este artículo no es para los frágiles de espíritu. Avisados quedáis.
Sylvia Likens era una joven de dieciséis años cuando su brutal asesinato tuvo lugar en 1965. Sus padres, Lester y Betty, vendían confituras en ferias ambulantes, lo que aquí conocemos de toda la vida como barracas y, la verdad, entre eso y que tenían cinco hijos, pues no nadaban en la abundancia. En realidad, para cuando sucedió todo esto, ambos padres se habían separado y mientras que Lester seguía con el honorable negocio de las confituras junto a sus dos hijos varones, Betty estaba viviendo con dos de sus hijas (la mayor ya estaba casada) y ganándose la vida como niñera, lo cual tampoco era precisamente lucrativo. De hecho, imaginaos como de en la miseria estaban que tenían que recolectar botellas de la basura de la gente para cambiarlas por dinero.
En junio de ese año Betty fue arrestada después de que la pillaran robando en una tienda. Sylvia y su hermana Jenny se encontraron con una amiga y fueron a su casa. Allí Gertrude Baniszewski, la madre de la amiga, escuchó lo que había pasado y les permitió pasar la noche. Esto fue el principio de una cadena de horrores que terminaría con la muerte de Sylvia.

Pero no nos adelantemos, que de momento no ha pasado nada demasiado malo (y digo demasiado, porque vivir en la miseria y que arresten a tu madre, de por sí muy bueno no es). Al día siguiente, Lester contactó con sus hijas y les explicó que, quizá debido a que su reciente arresto había hecho renacer el amor, él y Betty habían hecho las paces y que se iban a ir en un tour feriante por todo EEUU. Como no le parecía buena idea llevarse a las muchachas de picos pardos barraqueros por todo el país, Lester hizo un trato con Gertrude: veinte dólares a la semana a cambio de que cuidase de sus hijas. Por lo visto, dejar a sus hijas con una completa desconocida era mucho más seguro que llevarlas de ferias. Gertrude, que también estaba bastante en la mierda económica y psicológicamente hablando, aceptó. Vivía sola con sus siete hijos y se había divorciado tres veces, lo cual la había dejado en un estado de perpetua depresión que no justifica nada de lo que pasó después. De hecho, si veis sus fotos, se intuye que era mala gente.

Al principio todo fue bien. Sylvia y Jenny se llevaban bien con los hijos de Gertrude y pasaban los días en armonía. Una semana, el pago de veinte dólares del padre de las niñas se retrasó. Gertrude entró en un ataque de ira incontrolable y se puso a gritarles cosas tan bonitas como “he cuidado de vosotras para nada, zorras”, lo cual demuestra que no lo había hecho por amor a los niños. Luego las encerró en su habitación, las obligó a tumbarse y las golpeó con una pala de madera. Esta no sería ni la primera ni la última vez.
A la semana siguiente, Sylvia volvió a cobrar y no precisamente dinero. Ella y su hermana habían estado recolectando peniques a base de vender botellas y los habían gastado en comprarse caramelos. Cuando volvieron a casa, Gertrude, que era la alegría de la huerta, las acusó de haber robado. Aquí es importante decir que Sylvia era muy protectora con su hermana menor. De pequeña, Jenny había tenido polio, lo cual la había dejado con secuelas permanentes: cojeaba y necesitaba una especie de arnés metálico. Fue esto lo que hizo que Sylvia fuese la víctima principal de Gertrude.

Los padres de Sylvia, que no eran del todo incompetentes, se pasaron un par de veces para comprobar que sus hijas estuvieran bien, pero ninguna de las dos adolescentes se quejó. Quizá las habían amenazado, aunque eso es algo que nunca comprenderé. ¿Se llevaban mal con sus padres? ¿Tenían miedo de que no las creyeran? Al fin y al cabo, a pesar de todo, creo que si hubiesen sabido que a sus hijas las zurraban con palas de madera, los Likens las habrían sacado de allí. El caso es que por hache o por be ambas siguieron con Gertrude y los Likens se fueron a continuar con su tour feriante.
No pasó mucho tiempo hasta que el resto de la familia se sumó al maltrato. Gertrude involucró a sus hijos en el abuso a las dos hermanas. La primera vez fue algo bastante mezquino, pero finalmente no muy peligroso. Les obligo a echar condimentos y especias a la cena de Sylvia y para cuando terminaron y la obligaron a comerlo, Sylvia no pudo soportarlo y vomitó. El maltrato se concentró cada vez más y más en Sylvia. Hipótesis varias dicen que Gertrude la había escuchado decir que una vez había estado tumbada con su novio en la cama y claro, Getrude, que se había divorciado tres veces y parecía una pasa reseca, no podía soportar pensar que una chica joven y lozana tuviese acceso al amor que ella no. Se le fue la olla y la llevó con sus hijos, gritando que era una puta y propinándole patadas en la entrepierna, cosa que siguió haciendo durante días y días, hasta el punto de mutilarle la vagina simplemente a base de golpes. Y hete aquí la ironía del asunto. La hija mayor de Gertrude, Paula, se había quedado embarazada de un señor (sí, un señor, nada de un adolescente) a la tierna edad de diecisiete años. Sylvia, por otra parte, era virgen como el aceite de oliva. ¿Le pegaba a Sylvia las palizas que le habría gustado pegarle a Paula? No lo sabemos, pero tiene bemoles la cosa.

Aquí viene el único momento satisfactorio de esta historia. Después de que pasara esto, Sylvia extendió un rumor en el instituto que decía que Paula y su hermana Stephanie se prostituían. Y aquí termina la satisfacción, porque cuando el novio de Stephanie se enteró, le pegó una paliza a Sylvia. Yo no sé vosotros, pero después de que me pegasen y abusasen constantemente, yo no habría difundido un rumor, yo le habría reventado la cabeza a Gertrude mientras dormía con la puñetera pala de madera, en plan kármico. La realidad era que probablemente Sylvia no se atrevía a tomar muchas represalias por miedo a que le hiciesen algo a Jenny. Aunque oye, muerta la vieja, se acabó la rabia.
Lo jodido es que a partir de que el susodicho novio, Coy Hubbard, le diese la paliza a Sylvia, Gertrude empezó a invitarle a casa para que lo hiciera más veces. No solo Coy, sino el resto de niños del vecindario y de sus hijos comenzaron a pegarla. No solo eso sino que en plan proxeneta de medio pelo, Gertrude obligaba a Sylvia a hacer striptease delante de otros niños a cambio de la modesta suma de cinco centavos. También la obligó a masturbarse con una botella de coca-cola vacía para deleite de su audiencia. Y esto no es nada, los castigos por supuestos crímenes se recrudecieron cada vez más. En una ocasión le quemó con una cerilla las yemas de los dedos por haber robado un chándal para la clase de gimnasia (que Gertrude se había negado a comprarle), empezó a apagar los cigarros en ella, le tiraban agua hirviendo…
¿Y nadie se daba cuenta de esto? ¿En serio? No, sí que se daban cuenta. Uno de los vecinos les vio tirarle el agua hirviendo y me niego a creer que los profesores no se dieran cuenta de que una de sus alumnas tenía los dedos quemados. Una pareja que se mudó al barrio la vio con un ojo morado y cuando preguntaron qué le había pasado, Paula dijo que había sido ella la que se lo había hecho y le tiró agua hirviendo… Delante de la pareja. En otra ocasión, una vecina vio a la gorda de Paula golpeándola con un cinturón. Por sorprendente que parezca, nadie dijo nada a la policía. Creo que para esto hay dos razones. La primera es que Gertrude iba diciendo que Sylvia era una prostituta y mucha gente la veía como una pobre sufridora que tenía que acarrear con la descarriada putuca. La segunda, y esto no es específico solo de este caso, es que por muy triste que sea, la gente no suele meterse en estas cosas. Cuando hay maltrato infantil, la gente no suele denunciar ni decir nada por miedo a meterse en lo que nadie les manda. Es increíble la cantidad de muertes de niños que se podrían evitar si alguien denunciase cada vez que cree que unos padres están maltratando a uno de sus hijos, pero la mentalidad del “es su hijo, ellos verán como lo crían” ha sobrevivido hasta nuestros días. En el caso de Gertrude, Sylvia no era su hija, pero era ella la que estaba encargada de cuidarla así que se aplicaba lo mismo: no es nuestra movida, no vamos a meternos en cómo la cuidan.
Por este entonces, Sylvia se encontró con su hermana mayor y le contó lo que había pasado. Diana (así se llamaba su hermana) pensó que exageraba, pero aun así visitó a los Baniszewski por si las moscas. Gertrude le dijo que no tenía permiso para ver a sus hermanas y que si no se iba llamaría a la policía. Esto para mí, habría hecho que saltasen todas las alarmas y habría entrado a por mis hermanas a base de fuego, machetes y muy mala hostia.
En octubre Sylvia perdió el control de sus esfínteres. Lo más seguro era que no pudiese contenerse debido a los continuos golpes. Gertrude, siendo el ángel que era, la mandó a vivir al sótano y le prohibió ir a la escuela. Días después de esto, Diana se encontró con Jenny. Jenny le dijo que no podía hablar con ella y se fue. Gertrude la había amenazado con unirse a Sylvia en su vida en el sótano. Diana por fin se convenció de que allí había gato encerrado y llamó a servicios sociales… ¡Y aun así no pasó nada! Gertrude les dijo que había echado a Sylvia de casa por puta y los de servicios sociales se fueron tan tranquilos en plan: “ah bueno, entonces no pasa nada, tenga un buen día señora.” De mientras, la pobre Sylvia estaba pudriéndose en el sótano, literalmente. Allí la tenían atada en posiciones incómodas, durmiendo en el suelo sobre sus propios excrementos. Las pocas comidas que le llevaban estaban podridas. Antes de dárselas la obligaban a limpiar las heces del sótano y cuando digo limpiar, en realidad digo que la obligaban a comerse su propia mierda y a beberse su propia orina. Fue entonces cuando Richard Hobbs, un alumno de catorce años de matrícula de honor, comenzó a unirse a la “fiesta”. Hobbs empezó a cambiar, siendo un leal súbdito de Gertrude. Se dice, se comenta, que Gertrude tenía relaciones sexuales con Hobbs. Quiero pensar que ningún adolescente, por muy desesperado que estuviese, se trajinaría a semejante arpía revenida, pero cosas más raras se han visto.

Un niño, Michael Monroe, pegó el chivatazo de todo esto al instituto. Una enfermera fue a comprobar el soplo y Gertrude volvió a saltar con el cuento de que la había echado por puta. Y manda cojones, porque la creyeron y una vez más no pasó nada. E insisto, Gertrude tenía la cara menos confiable que uno pueda ver.
Para entonces, Sylvia ya estaba destrozada. Incontinente, amoratada y herida, la obligaron a bailar, masturbarse y, para rematar el calvario, la subieron a la cocina donde Gertrude le dijo: “Tú has marcado a mis hijas así que yo te voy a marcar a ti”. Es como, señora, su hija mayor de diecisiete años se ha quedado preñada de un cuarentón, no hace falta que nadie la marque. Pero Gertrude no era mujer de lógica. Cogió una aguja al rojo vivo y comenzó a marcar en el vientre de Sylvia una frase: “Soy una prostituta y orgullosa de ello”. Lo hicieron entre ella, sus hijos y Cobb y Hobbs. Posteriormente, le grabaron una S en el pecho con un gancho de metal.

Esa misma noche, después de un par de palizas más, Jenny se escabulló hasta el sótano para ver a su hermana. En medio de la oscuridad, entre susurros, Sylvia le dijo: “Jenny, sé que no quieres que me muera, pero me voy a morir. Lo noto”. Gertrude tuvo por fin un buen gesto con Sylvia y la dejó subir a dormir a una habitación. Pero no os creáis que esto fue por su buena voluntad. Después de darle un baño, le dio papel y pluma y la obligó a escribir a sus padres diciéndoles que se había acostado con unos chavales por dinero y que ellos le habían hecho todo eso. Tenía un plan para deshacerse de Sylvia. Llevarla a un descampado y dejarla allí para que se muriera, con la carta como excusa. A continuación traduzco la abominable carta:
“Queridos Señor y Señora Likens,
Fui con una banda de muchachos en medio de la noche. Y me dijeron que me pagarían si yo les daba algo, así que me monte en el coche y todos obtuvieron lo que querían… y cuando terminaron me golpearon y dejaron úlceras en mi cara y por todo mi cuerpo. También pusieron en mi estómago , Soy una prostituta y orgullosa de ello.
He hecho todo lo que he podido y más para enfadar a Gertie y costarle a Gertie más dinero del que tiene. He roto un colchón nuevo y he meado en él. También le he costado a Gertie facturas del médico que no puede pagar. También la he puesto de los nervios a ella y a todos sus hijos.”
Sylvia había escuchado el plan e intentó huir, pero la pillaron. Estaba tan destrozada que era incapaz de beber o comer cualquier cosa y como no podía, la golpeaban con varas de hierro, sillas y la ya famosa pala. Sylvia notaba cercano su fin. Se pasó hasta las tres de la mañana golpeando el suelo con una pala, intentando alertar a los vecinos que aun así no hicieron nada.
Sylvia se pasó el día siguiente moviendo los brazos de forma incoherente, diciendo cosas sin sentido, con un más que probable daño cerebral causado por los golpes, la desnutrición y la deshidratación. Justo antes de que se muriera la sacaron del sótano, la bañaron y la vistieron. Sylvia murió diciendo que ojalá su padre estuviese allí y pidiéndole a Stephanie, una de las hijas de Gertrude, que la llevase con él. Aunque Stephanie intentó hacerle el boca a boca, Gertrude, tan encantadora como siempre, comenzó a golpearla con un libro y a gritar diciendo que estaba fingiendo.

¿Y qué pasó después? Gertrude le dijo a la policía que Silvya se había ido y el resto de la familia lo corroboró. Cuando llegaron a Jenny, la hermana de Sylvia, esta les murmuró que la sacasen de allí y se lo contaría todo.
Gertrude fue condenada a cadena perpétua por asesinato en primer grado. En la cárcel se convirtió en una especie de mamá gallina para el resto de presas y, dada su buena conducta, fue puesta en libertad en 1985. Nunca se hizo cargo de lo que había hecho. Según ella, estaba drogada con medicación para el asma y no recordaba mucho.
Paula fue condenada por homicidio en segundo grado y salió de la cárcel en 1972 y tomó una nueva identidad. Trabajó durante catorce años como ayudante de un orientador de colegio y la echaron cuando se descubrió quién era en realidad.
Stephanie quedó libre de cargos después de que obtuviese un trato para inculpar al resto de la familia.
Richard Hobbs, Coy Hubbard y John Baniszewski Jr. Cumplieron dos años en un reformatorio antes de salir en libertad. Los niños más pequeños fueron dados en adopción a otras familias.
Para que luego digan que la justicia existe.
Aquí Sheila, reportando para todos vosotros las historias más increíbles, los fenómenos más extraños y las cosas que nadie quiere que sepáis.
Cambio y corto.