Están vigilando, siempre vigilando…
Bienvenidos una vez más, queridos amantes del misterio, el terror y lo oculto a mi pequeño rinconcito de Internet. La mitad de vosotros ha decidido que hoy debíamos desplazarnos a un lugar lleno de intriga y misterio y yo estoy encantada de complaceros, pero antes os haré una pregunta. ¿Tenéis una familiar (madre, abuela, tía…) a quien le encanten las muñecas de porcelana? Los que lo tengáis me entenderéis cuando os digo que esas muñecas tienen un algo, un je ne sais quoi que hacen que resulten terroríficas. Es como si te siguiesen con su muerta mirada de cristal a todas partes diciéndote: te estamos esperando, únete a nosotras. Y sé de lo que hablo, creedme, porque a mí madre le encantan. Te las puedes encontrar por toda su casa, en cada esquina, en las escaleras mirando, sonriendo… Para que los que no hayáis tenido que vivir eso sepáis lo que se siente, hoy vamos a viajar a la infame Isla de las Muñecas, en México. Agarraos y coged el arma contundente que tengáis más a mano, pues aunque lo intentéis no podréis escapar de ellas.
La Isla de las Muñecas es una pequeña isla situada entre los canales de Xochimico, en el sur de México. Aunque se ha convertido en un destino turístico, en realidad este lugar encierra una triste historia. En los años 50 del siglo pasado, Julián Santana Barrera decidió dejar atrás a su familia para vivir en soledad en la isla, una isla artificial lo suficientemente aislada como para que este hombre pudiese vivir la vida de ermitaño que había decidido adoptar. Sobra decir que, por aquel entonces, no era un lugar infestado de tenebrosos restos de muñecas dispuestas a comerse tu alma. Entonces, ¿qué pasó para que se convirtiese en la macabra versión de Toy Story que es hoy en día?

La historia va tal que así. Un día, el señor Julián Santana encontró los restos de una niña ahogada en el canal pero, aunque intentó salvarla, era demasiado tarde. Por la noche, Julián Santana comenzó a escuchar los aullidos y los llantos de la niña. Noche tras noche, siguió escuchándola, casi como si se hubiese quedado atrapada entre los dos mundos. El hombre llegó a confesar a su familia que estaba convencido de que la isla estaba maldita por el espíritu de la niña. Había que hacer algo para apaciguarla.
Poco después de que se encontrase el cuerpo de la chiquilla, el agua trajo flotando una muñeca. Quizá había pertenecido a la pequeña o quizá no, pero Julián estaba convencido de que aquel juguete era la clave. La rescató del canal y la colgó en un árbol como señal de respeto, intentando apaciguar el espíritu que lo atormentaba por las noches. Personalmente, si yo fuese esa niña y esa fuese mi muñeca, habría maldecido esa isla aún con más ansia, por dejar que mi querida compañera de juegos se pudriese colgada de un árbol. Siempre he sido rencorosa.

Todo el mundo sabe que más es mejor. Julián Santana estaba tan convencido de la veracidad de este dicho que comenzó a coleccionar más y más muñecas. Creía que estaban poseídas por los espíritus de otras niñas muertas que, por alguna casualidad, habían decidido ir a reencarnarse en aquellas pequeñas estatuas de terror articulado. Se quedaba con todas las que pillaba: cogía las que arrastraba la corriente, intercambiaba con los lugareños la verdura que producía a cambio de nuevos recipientes espirituales, rescataba aquellas que encontraba en la basura… Luego las colocaba a lo largo y ancho de la isla, bien colgadas de vallas y árboles, bien en el suelo e incluso en picas al más puro estilo Vlad Tepes. Nunca las limpiaba, ni las reparaba, ni nada por el estilo; tal y como las encontraba, así se quedaban antes de pasar a ocupar su nuevo hogar, ya fuese en el exterior o en su propia cabaña. Su familia dijo que era como si hubiese sido poseído; algo había cambiado en el interior del hombre a raíz de encontrar el cuerpo de aquella pequeña. Tal vez el hecho de no haber podido salvarla, lo había marcado de forma tan profunda que era incapaz de superarlo.

Dado que las muñecas no eran alteradas en modo alguno antes de ser colgadas, muchas de ellas presentan un aspecto terrorífico. Les faltan las extremidades, la cabeza, el pelo o tienen los ojos rotos. Además, al estar expuestas a la intemperie, su estado se ha ido deteriorando irremisiblemente con el paso de los años. Sucias, deslustradas, desfiguradas… Las muñecas permanecen allí incluso después de la muerte del señor Santana. Este falleció en 2001, según algunos de un ataque al corazón; según la mayoría, ahogado en el mismo sitio en el que tantos años antes había encontrado a aquella desgraciada joven y su muñeca.
Muchas son las leyendas que se han creado en torno a esta isla. Se dice que las muñecas están poseídas por los espíritus de niñas fallecidas y reviven a medianoche para dar paseos nocturnos y, quizá, dar un susto de muerte a quien se encuentre con ellas. Otros dicen que se las puede oír llorar y lamentarse. Sean ciertas o no, uno casi puede sentir su ojos vidriosos clavados en la espalda, siguiéndote, siempre vigilantes…
Y no puedes escapar de ellas, porque están por todas partes.

La Isla de las Muñecas se ha convertido en un famoso lugar turístico de la zona, tanto que incluso han surgido varias islas falsas intentando hacerle la competencia a la original. Diríase que son Islas de las Muñecas de AliExpress, vaya, puesto que parte del encanto viene del gran deterioro que han sufrido muchas de las muñecas a lo largo de los cincuenta años que llevan expuestas a los elementos y en estas imitaciones dudo que estén en un estado ni siquiera similar. Por no hablar de todo el empeño que debió poner don Julián Santana en acumular tal colección.
Para los que estéis interesados, os dejo un documental muy interesante en el siguiente link:
¿Y vosotros? ¿Os daríais un paseíto por la isla? Yo sí, sin duda. Eso sí, no me habléis de quedarme a pasar la noche, porque ahí sí que tendría que pensármelo dos veces.
Aquí Sheila, reportando para todos vosotros las historias más increíbles, los fenómenos más extraños y las cosas que nadie quiere que sepáis.
Cambio y corto.
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